“El señor dijo a Abraham: sal de tu tierra y de la casa de
tu padre, hacia la tierra que te mostraré”
(Gn. 12, 1)
La lluvia ha dejado un paisaje fragante en el que, a lo
lejos, se pone el sol entre las montañas. Jirones de nubes y, todavía, algunas
gotas de agua. Aromas de la tierra de Don Bosco después de la tormenta. Colores
de oro a lo lejos, más allá de I Bechi, de Turín de los Alpes incipientes (los
Alpes, sí, Marina).
El día aún no ha acabado y el autobús, los autobuses,
enfilan las calles rumbo a Valdocco. Miro por la ventanilla y admiro la tarde,
cada vez más de oro. Cansados, parlanchines y ruidosos, tal como somos, hacemos
balance del primer día de nuestro sueño: nosotros también soñamos, Don Bosco, y
es por eso que hemos venido a tu casa, donde empezó todo, a celebrar contigo
tus doscientos años de vida.
En el templo del Colle, donde estaba tu casa natal, hemos nacido como peregrinos, aunque tengamos también una parte de turista, tan obsesionados como estamos por fotografiar con una cámara lo que a veces no sabemos mirar con nuestros propios ojos, con esa prisa tan actual, tan contemporánea, tan civilizada. Tan perdidos en la mirada del dedo en lugar de mirar a la luna. Tan devotos de Cristos crucificados en vez de gloriosos resucitados con los brazos abiertos a los hermanos.
En el templo del Colle, donde estaba tu casa natal, hemos nacido como peregrinos, aunque tengamos también una parte de turista, tan obsesionados como estamos por fotografiar con una cámara lo que a veces no sabemos mirar con nuestros propios ojos, con esa prisa tan actual, tan contemporánea, tan civilizada. Tan perdidos en la mirada del dedo en lugar de mirar a la luna. Tan devotos de Cristos crucificados en vez de gloriosos resucitados con los brazos abiertos a los hermanos.
En mi autobús suena Amazing Grace y, desde luego, es una
Gracia especial y maravillosa estar aquí, rodeado de mi mujer, de mis hijos y
mis hermanos y hermanas cooperadores. Con muchos hemos vivido momentos
realmente llenos de Tu presencia. Parados en Vía Corso Vitorio Emanuelle II, la
ciudad ha borrado el rastro del paisaje de tu infancia. De repente nos llega
otro perfume, otros colores, otros sonidos. Semáforos, catenarias de tranvía,
adoquines. Valdocco asoma de repente, al doblar una esquina, con la cúpula de
la basílica de la que también fue tu casa y de la que salió tu Gloria. El gris
severo de la Turín arrabalera se rompe con los colores y los cantos de cientos
de jóvenes en el patio, al pie de tus habitaciones. Repetid su nombre, Juan
Bosco, Juan Bosco...signo y portador del Amor de Dios a los jóvenes.
Una cola larga para la cena y una ¿última? sorpresa. Don Ángel
Fernández Artime, Don Bosco hoy entre nosotros, se hace presente. Ha saludado
uno por uno a todos los cooperadores...”¿Dónde pensabais que estaba?”. Entre
los jóvenes, naturalmente, Don Ángel.
Escribo estas líneas cuando el Rector aún sigue saludándonos,
de mesa en mesa, dedicando un gesto o unas palabras a cada uno, no ha parado un momento desde que ha llegado y
eso que ya nos llaman a la oración...(parece que el peregrinar tiene también
algo de prisa, como el paso del Señor ante los israelitas el día de la Pascua).
La capilla de San Francisco de Sales nos recibe por la misma
puerta del milagro de la multiplicación de los panes. Estamos ya muy cansados
y, sin embargo, seguimos en ese bullir que los jóvenes del MJS contagian desde
los patios. Saludos y encuentros de camino, otra vez, a nuestro medio de
transporte. Valdocco quedará en silencio. Las buenas noches nos sitúan a cada
uno en frente de nuestros recuerdos de una jornada corta, pero intensa. Mañana
será otro día.
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